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¿Desde cuándo sanar se volvió sospechoso?


Cuando Hygea decidió hacerse un chequeo de rutina, no tenía ningún síntoma preocupante. Solo una sensación difusa de no estar del todo bien. Fatiga que no se explicaba, ansiedad, piel apagada, digestión irregular. Nada urgente, pero todo constante. Lo atribuyó al estrés, al ritmo de trabajo, al dormir mal entre una guardia y otra.

Los análisis llegaron y contaron otra historia.

Resistencia a la insulina. Inflamación crónica. Marcadores lipídicos al borde. Ciclos menstruales irregulares. Su cuerpo estaba gritando desde hacía tiempo, pero lo hacía bajito, como hacen los cuerpos que están acostumbrados a sobrevivir en silencio.

Hygea no se enfermó ese día.

Ese día se cansó de fingir que estaba bien.

De aguantar el dolor silencioso, el cansancio que no desaparece.

De comer rápido, mal, sin tiempo para ella.

Ese día, simplemente, se dio cuenta de que no podía seguir así.

Y empezó a sanar, paso a paso, sin milagros, con esfuerzo y voluntad.


El precio de cuidarse en voz alta

Cambió su alimentación. No para adelgazar, lo hizo para nutrirse. Dejó los ultraprocesados que solían salvarle las madrugadas de hospital. Aprendió a preparar su comida con anticipación, a llevar su pequeño tupper cargado de alimentos saludables. Aumentó descanso cuando podía, priorizó nutrientes. No fue perfecto, pero fue constante. Este tipo de historia no es aislada. En mi trabajo como soporte nutricional, acompaño a muchas personas que no buscan “hacer dieta” por el contrario, buscan recuperar su salud desde la raíz.

Y es allí donde ocurren transformaciones que a veces el entorno no sabe interpretar. Porque cuando el cuerpo empieza a sanar —no con restricciones ni obsesiones, sino con coherencia—, el cambio es evidente: menos inflamación, más energía… y sí, menos peso.

Pero no es bajar por adelgazar. Es soltar lo que el cuerpo ya no necesita.

Y fue en ese momento cuando llegaron los juicios.

—Te veo rara, ¿estás bien?—¿Qué haces comiendo eso? ¿Te pusiste a dieta?—Estás flaca, pareces enferma.—¿Te pasó algo? ¿Te dejó el novio?

La sorpresa no vino del cambio, vino del rechazo. De la incomodidad que provocaba en otros su bienestar. Como si cuidar de uno mismo fuera una traición al pacto social del descuido compartido.

Hygea no tenía un cáncer. No había perdido a nadie. No se estaba deprimiendo. Solo estaba eligiendo un estilo de vida distinto. Y al parecer, eso era más difícil de explicar.

El cuerpo que cambia descoloca

En consulta, lo veo a menudo. Personas que me contactan con sobrepeso visceral, anemia, SOP, hígado graso, insomnio, ansiedad, digestiones pesadas, picos de azúcar. Condiciones que no parecen tan graves hasta que no te dejan vivir en paz.

Y cuando empiezan a cambiar —de verdad, desde lo interno—, no faltan quienes se lo cuestionan. Porque sanar implica renunciar a lo que antes se toleraba: cansancio normalizado, comida rápida, cuerpo inflamado como estándar, dolores menstruales intensos vistos como algo “natural”, estreñimiento crónico, insomnio persistente, piel apagada, exceso de peso sostenido por años, fatiga después de cada comida, antojos incontrolables de azúcar, migrañas frecuentes, acidez recurrente, infecciones urinarias repetidas, caída excesiva del cabello, hígado graso subestimado, en fin...

¿Desde cuándo estar bien es motivo de sospecha?


Sanar no es moda. Es memoria biológica

Recuperar la salud no debería requerir explicaciones.

Pero en una sociedad que asocia la vitalidad con el rendimiento y la enfermedad con la debilidad, todo lo que no entra en esas dos cajas genera ruido.

Vivimos en una cultura que vincula “verse delgado” con estar enfermo —si no encaja con un estándar— pero que también critica el sobrepeso.

Un doble discurso que deja sin espacio a quienes realmente están tomando decisiones para cuidarse.

Y eso, honestamente, agota.

Una persona sana es, a veces, una anomalía. Una persona que se cuida es en muchos contextos, un espejo incómodo. Porque cuestiona hábitos dañinos "normalizados": no bebe alcohol <<por respeto a su cuerpo>>, no come ultraprocesados <<porque no le sientan bien>>, no se desvela sin razón <<porque valora su descanso>>, no vive quejandose <<porque aprendió a poner límites>>. Una persona así, muchas veces, incomoda. Porque sin hablar, ya está diciendo algo. Y es que sanar implica cuestionarlo todo: Cómo comes, cómo duermes, cómo trabajas, con quién compartes tu energía. Implica dejar de adaptarte a un sistema que te enferma… y eso, a muchos, les provoca rechazo.


La ciencia respalda el cambio

Numerosos estudios sostienen que condiciones como la resistencia a la insulina, el síndrome de ovarios poliquísticos, el hígado graso no alcohólico, la disbiosis intestinal, los triglicéridos elevados y el insomnio mejoran —e incluso se revierten— con cambios sostenibles en el estilo de vida.

Una revisión publicada en The Lancet Endocrinology (2022) señala que la remisión metabólica es posible y que debería ser un objetivo clínico cuando se abordan enfermedades crónicas con un enfoque integral.

Y aún así, lo difícil sigue siendo sostener esos cambios en medio de una cultura que no los entiende, que juzga, que critica...

Hygea no pidió permiso. No hizo un anuncio. Simplemente, empezó a tratarse con el respeto que le había negado a su cuerpo. Lo curioso es que las críticas no vinieron de desconocidos, mas bien de personas cercanas: compañeros, colegas, incluso familiares. Como si al verse saludable, otros recordaran su propia deuda con el cuidado personal.

¿Y si en lugar de sospechar… celebramos?

La próxima vez que veas a alguien cambiar, recuerda que no todas las batallas se libran en silencio, ni todos los cambios son visibles desde afuera. A veces, sanar es un acto de amor tan profundo que duele, que asusta, pero que abre el alma. No juzgues ese camino, porque tal vez, en ese cambio, esa persona está encontrando la libertad que tú también anhelas.


Y tú, ¿qué historia decides creer cuando alguien opta comenzar a sanar? Cuéntamelo aquí, en los comentarios.

 
 
 

2 Comments

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Kassandra
Jun 26
Rated 5 out of 5 stars.

Me Encanta , me siento tan identificada .

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Wilfredo Bello
Jun 21
Rated 5 out of 5 stars.

La gente se siente con derecho a opinar de nuestros cuerpos

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